

El Lago de Atitlán está situado en el Altiplano guatemalteco en el departamento de Sololá, es uno de los lugares más visitados en un viaje a Guatemala. En sus orillas se encuentran lo que llaman en Guatemala "Los tres gigantes", a saber, los volcanes de Atitlán, Tolimán y San Pedro La Laguna creando un paisaje impresionante.
Algunos dicen que es uno de los lagos más bonitos del mundo, algunas publicaciones lo catalogan como una de las maravillas del mundo. Se formó como consecuencia de una erupción volcánica, está ubicado a unos 1500 metros de altitud sobre el nivel del mar y está considerado como el más profundo de América con unos 340 metros. En sus orillas se concentran más de una decena de pueblos con muchas diferencias étnicas, como los grupos cakchiqueles y tzutuhiles, en los que se hablan unas 22 lenguas y como nexo común el español, viven de sus aguas y de la venta de sus artesanías al turismo. Desde el año 2002 el lago y su área natural están incluidas en la Lista Indicativa de la Unesco.

Llegamos al Lago Atitlán en una excursión desde Antigua, nos llevó casi las tres horas porque aun estando bien las carreteras el último tramo tiene muchísimas curvas; era nuestro segundo día en Guatemala y estábamos todavía con el jet lag a tope con lo cual el madrugón no nos supuso un gran esfuerzo, nos tenían que recoger a las cinco y media de la mañana pero un cuarto hora antes estaban allí. Era de noche cerrada y fuimos un total de siete personas, una suerte que todos habláramos español ya que los otros cinco eran ticos. En Antigua estaba lloviendo bastante y cuando amaneció, durante casi todo el camino, seguía la lluvia y todo oculto tras una niebla que no auguraba nada bueno ya que esta ruta es fundamentalmente paisajística. Pero como por arte de magia tras una curva el sol apareció y vimos las primeras imágenes del lago.
Llegamos a Panajachel, llamado San Francisco de Panajachel, uno de los pueblos que más hoteles tiene para pasar la noche si estás en el lago varios días o llegas de Chichicastenango o vas a él al día siguiente después de visitar el lago. Desde aquí también sale el mayor número de lanchas para visitar el lago. Desayunamos en este pueblo en el restaurante El Cayuco con unas vistas preciosas del lago, aquí ya nos fuimos haciendo a la idea de la lentitud de los guatemaltecos o de su vida de no estresarse porque tardamos más de hora y media en desayunar.
Desde aquí bajamos a uno de los embarcaderos, el grupo había crecido, nos subimos en dos barcos con un guía en cada uno y emprendimos casi a las diez de la mañana la ruta para conocer los pueblos de San Juan de la Laguna, San Pedro de la Laguna y Santiago de Atitlán.

San Juan de la Laguna fue nuestro primer pueblo. Desde el agua se veía precioso y muy colorido, tras desembarcar, por cierto para mí nada fácil por la altura de los escalones y el barco moviéndose, nos encontramos toda una fiesta de colores y gente. Empezamos el ascenso, las cuestas en todos los pueblos son tremendas, visitando un lugar donde contaban cómo elaboraban el cacao los mayas y el uso, en multitud de productos, que se le daba hoy.
La ruta seguía hacia arriba para ver otro lugar de telas y de abejas, pero yo ya me cansé decidiendo que los esperaría abajo porque quería entrar a dos o tres galerías de pintura que había visto por el camino. En una de ellas conozco a Alexis, un artista local, con cuadros llenos de color y algo más moderno. Después un rico café contemplado el devenir de la vida en el pueblo mientras esperaba que el grupo bajara de su escalada.

Concha, que es más aplicada que yo, llegó hasta el final de la calle que terminaba en la Iglesia y me confirmó que no me había perdido mucho.

San Pedro de la Laguna, el siguiente pueblo desde San Juan. Aquí la cuesta desde el embarcadero era de infarto y decidimos no subir, ya que solo estaríamos unos veinte minutos. La mayoría de la gente subió en un tuk-tuk que tienen un precio estándar para cualquier trayecto dentro de los pueblos de diez quetzales. A mí me encanta quedarme rato en los lugares observando a las gentes, los barcos, las tonalidades del agua o los cambios de luz y sin lugar a dudas el Lago Atitlán se presta a ello.
Santiago de Atitlán, fue la última parada del día. Este es el pueblo mayor del Lago con unos sesenta mil habitantes. Tras dejar atrás las largas pasarelas comimos en el Restaurante el Arte todo el grupo, aquí cada uno se pagó su comida que estaba bastante rica por unos 150 quetzales las dos y después teníamos como una hora y media para recorrer el pueblo.

Aquí le dijimos al guía que nos llamara a un tuk-tuk para ir a ver a Maximón y después a la Iglesia de Santiago, esperándonos para después bajarnos al embarcadero. Nos cobró 75 quetzales por una hora. Empezamos por ir a conocer a Maximón del que tanto habíamos oído hablar, el sincretismo religioso en América es increíble. Los orígenes del surgimiento de Maximón se remontan a la mitología maya, en la cual existía un personaje llamado Rilaj Maam, que significa gran abuelo, que era venerado como guardián protector del pueblo tz’utujil. Por lo que se le considera como una divinidad ancestral, creen que tiene el poder de intermediar entre lo terrenal y lo divino. Posteriormente recibió el nombre de Maximón.

Creen que Maximón tiene la facultad de conocer el pasado, ver el presente y predecir el futuro. La deidad de Maximón está constituida por la dualidad del bien y el mal, por lo que quienes lo veneran, lo adoran y le temen al mismo tiempo. Cuando las personas acuden a la figura de Maximón, brindan diversas ofrendas para garantizar la realización de sus peticiones entre dichas ofrendas se encuentra dinero, licor, veladoras, tabaco y comida. En Semana Santa, el Viernes Santo, en Santiago de Atitlán procesiona junto al sepulcro de Jesús y la verdad que debe ser todo un espectáculo. La tradición oral afirma que cuando Maximón entregó todos sus conocimientos a su pueblo, se marchó a la montaña, quemó pom, hizo invocaciones ceremoniales, tomó miel fermentada y se desvaneció en la atemporalidad, no murió sino que se diseminó en el espacio y el tiempo. Vimos a lo largo de nuestro viaje por Guatemala más Maximones. Y todo esto es increíble, pero lo que vimos en la casa donde lo tienen, fue a dos guardianes sentados fumando y pedirte 20 quetzales para dejarte entrar y hacer fotos, en una mesa lateral varios hombres de cháchara con la mesa llena de botes de cerveza vacíos y con una cogorza importante. Maximón vive cada año en una casa de una familia diferente del pueblo y los visitantes son bienvenidos, pero hay que traerle ofrendas, las mejor bienvenidas además del dinero son ¡cigarros y alcohol!
Seguimos hasta la iglesia de Santiago, construida en 1547, en una placita, muy interesante con uno de los volcanes presidiendo el espacio. Está decorada con grandes telas de colores, imágenes de santos católicos que llevan los trajes típicos de los Tzutuhil, una etnia maya de la región. En el interior gente arrodillada en los pasillos rezando y poniendo pequeños altares con velas y pétalos a modo de ofrenda; nuevamente otra forma de sincretismo religioso. Ya comenzaban a preparar la fiesta de Santiago, patrón de la ciudad, que sería en unos días y nos contaron que hay una gran procesión y después bailes tradicionales.
Cuando volvimos al puerto estaba empezando a llover y el ambiente estaba más fresco, los artesanos recogían sus puestos y esta señora no tenía una cara de mucha felicidad, el día no debió ser muy bueno.

El camino de retorno a Panajachel fue temerario, bajo mi criterio, por la velocidad que alcanzan los barcos, los botes que daba sobre el agua bastante embravecida, el agua y el viento que nos azotaba. Llegamos al puerto algo mojadas y ya solamente nos quedaban otras dos horas y media de carretera para volver a Antigua. Un día precioso pero nada fácil por las cuestas y la cantidad de veces que hay que subir y bajar del barco, tarea nada fácil.

Y aquí terminaba nuestro día de este viaje por Centroamérica de 21 días en el que recorrimos Guatemala, Honduras, El Salvador y Panamá.
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